Hay una gran variedad de estados en la libido de las mujeres. Esto no es una aclaración, todas lo sabemos, lo vivimos, lo sentimos o lo sufrimos, en algún momento de nuestra existencia y a todo lo largo de ella… (Iba a hacer un chiste fácil con respecto a esta última frase, pero creo que es demasiado pronto para eso y además se que, automáticamente van a desestimar lo que diga después, asi que me censuro. Pero ustedes se lo pierden por prejuiciosas).
La primera vez que besas al chico que te gusta, ese que te hace sentir las consabidas mariposas en el estomago. En ese momento, que para mí fue absolutamente inolvidable, me pasaron varias cosas.
Se me subió toda la sangre a la cara, como un rubor masivo, como cuando te zarpas con el facial más alto del solárium a mitad de Agosto.
Senti cosquillas en todo el cuerpo y una mezcla de miedito-adrenalina-emocion, que me dejaron fuera de juego antes de empezar.
El, por supuesto, tampoco tenía idea de lo que estaba haciendo, pero intentaba disimular los nervios. (¡Pobrecito!).
Finalmente, nuestros labios chocaron e intentamos emparejarlos, cachando esmalte dental en el intento y aunque los nervios traicioneros nos complicaron el momento, salimos airosos, porque en un par de minutos habíamos conseguido dejar atrás la infancia y nos encontrábamos en la línea de largada hacia la nunca bien ponderada adolescencia.
A pesar de que a la semana de este acontecimiento, y habiéndolo repetido en otras dos ocasiones con el chico en cuestión, me entere por una vecinita bien intencionada que vivía a la vuelta de mi casa, que él había cometido el peor acto de traición del que yo había sido víctima hasta ese momento, (se lo había contado a todos los chicos del barrio), guardo un recuerdo cálido de él y de mi primer beso.
Eso termino abruptamente con mi carrera hacia la juventud apresurada y me introdujo de lleno en la duda tormentosa que me persigue hasta el día de hoy, ¿será que mi mama no dice solo pavadas? ¿Sera que ella sabe cosas con su sabiduría de madre? ¿Sera que la tengo que escuchar cuando me aconseja? Porque ella me había dicho que los chicos no eran muy confiables…
Todavía no me convenzo, pero por las dudas cuando me llama, o viene, me aseguro de tener un hisopo a mano, no sea cosa que después me diga: ¡Viste, te lo dije!, y yo me quede boleando cachirlas... por haber ignorado sus sabias palabras.
La primera vez que franeleas con tu noviete de secundaria. Esa es fuerte. En mi caso sucedió dos años después de mi primer beso. El era mi Edward Cullen, morocho, de ojos azules-grises según el dia y según la situación. Carismático, seguro de sí mismo, músico, poeta, y estaba muy fuerte, para resumir.
Hacía seis o siete meses que nos habíamos puesto de novios, mis viejos no querían ni escuchar su nombre y los viejos de él me miraban de costado.
Nosotros nos cagábamos en ambas parejas de padres y nos veíamos a escondidas, a la salida del colegio, cuando salíamos a hacer un mandado por el barrio, o en cumpleaños de quince a los que decíamos que íbamos pero no íbamos nada, y nos quedábamos en la plaza o en algún bar charlando por horas y escuchando canciones de los Beatles o de Serrat en un walkman, cafecito de por medio.
Esas eran épocas felices, angustiantes y de aprendizaje puro.
Es cuando una siente todo a mil, y la vida es asombrosa, excitante y está llena de sorpresas. Cuando sentís que tenes todo el tiempo del mundo para explorar y descubrir y maravillarte… y aunque la mayor parte del tiempo, te la das contra la simbólica pared. Ensayo y error constantes son la premisa.
Ese muchachito sí que me subió la temperatura (sexualmente hablando, claro). Me acosaba continuamente y en cualquier lugar. Llego a primera base y acelero hasta la segunda, a fondo por la banquina, mientras que yo me agarraba desesperadamente al freno de mano.
Por años me castigue mentalmente por no haber debutado con él, hubiera sido perfecto… El conocía las reacciones de mi cuerpo mejor que yo y apretaba todos los botones correctos con un timing envidiable.
¡Que épocas aquellas! Cuando me veía con el jumper del colegio se volvía loquito y yo lo sacaba a cachetadas, pero interiormente sonreía complacida y me sentía poderosa, porque era yo quien le causaba semejante reacción, no mi vecina la tetona, no mis compañeritas de colegio que se babeaban por él, solo YO.
Y esa era una verdad irrefutable que me llenaba de orgullo femenino y vanidad. Hasta que la tensión sexual fue tanta, que me empecé a sentir culpable, mis viejos me miraban cada vez que llegaba a casa, buscando evidencias de algún cambio en mi fisonomía o alguna señal de transgresión a las reglas, y me dio un poco de vértigo, no porque pensara que no podía sino porque creía que no debía… y cuando finalmente no me banque mas la presión... Lo deje.
Con los años entendí que no estaba preparada en aquel momento y que hice bien en no apurarme.
Resumiendo. No lo hice con él, pero me hubiera gustado. Y cuando finalmente lo hice, aunque no fue traumático, fue más como una misión. Como aprobar biología en Diciembre para no llevármela a Marzo.
Un tiempo después de dejarlo, me cambie del colegio de monjas, al que había asistido desde primer grado, a un Nacional, mixto y con dudosa reputación.
Me había hecho amiga de un grupo de chicas más grandes que yo, y empezaba a saber cuántos pares son tres botas.
Fue entonces que conocí al que fue mi primer novio oficial, El Perfectito.
Perfectito decía las palabras correctas siempre, me llevaba a casa a tiempo para el toque de queda, le regalaba rosas a mi mama cuando era invitado a cenar y hablaba de futbol con mi papa. Perfectito, venia en un paquete amigable, era bonito, atlético, ¡altísimo! Y con una familia tipo la mía, lo cual funcionaba de maravillas con mis viejos. Trabajaba, era firme en sus convicciones y muy noble.
En mi afán por sacarme la ¨previa¨ de encima, y a sabiendas de que el muchacho tenia la venia paterna, me di a la tarea de perder la consabida virginidad. Descorchar la botella, debutar, hacerme mujer…
Nobleza obliga, debo admitir que él fue muy atento y cuidadoso, y también que estaba un poquito sorprendido por mi determinación, pero se esforzó por disimularlo.
Tiempo después, me encontraba absolutamente perdida, como gaucho en la neblina. Yo había hecho las cosas bien, hasta donde sabia. Le ponía garra, estaba dispuesta siempre, y era entusiasta incluso, pero… no podía evitar la voz en mi cabeza que cuestionaba constantemente dichas actividades diciendo: ¿y esto era todo? ¿Cuando se parte la tierra, cuando suena el coro polifónico, porque no veo estrellitas y me siento radiante?
Ahhh… pero esa, señoras, era otra lección que aprobaría años después y con otro candidato mucho más apropiado.
1 comentario:
Si, si, si...todas las mujeres hemos pasado por esto en nuestro primer encuentro sexual...y la que diga que no, que se llene de celulitis grado 4!!!! Por perra y mentirosa!
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